Translate

lunes, 24 de julio de 2017



Lila y la mariposa

Camino a la escuela Lila va saltando entre baldosa y baldosa
-¡Si piso raya, piso medalla, si piso cruz, piso a Jesús...!
La sirena del colegio suena puntual como cada mañana. Todas las niñas están formadas  con su babi blanco en filas de a uno, comienza el desfile silencioso hacia las aulas. Lila mira curiosa a su alrededor pero sabe que si habla, la volverán a poner orejas de burra y tendrá que pasearse por todas las aulas del colegio para que todas las niñas vean y sepan que no se pueden saltar las normas, porque si no serán la risión y humillación de las demás compañeras. Y el estribillo será el mismo
¡Lila es una burra! ¡Lila es una burra! ¡Burra charlatana!, pero  ella sigue en silencio hasta llegar a su pupitre, el último de la clase, el del rincón de las burras.
La maestra tarda unos minutos en llegar…Lila ha salido corriendo hacia la ventana, sin preocuparse si pisa cruz o raya, ha visto una mariposa blanca y quiere cogerla. La mariposa revolotea entre las demás niñas, hay un tremendo algarabío en la clase.
¡Es mía!,
 ¡No, yo la vi antes!
Lila está inmersa en el vuelo de la mariposa, no ha reparado que hay un silencio mortal en la clase. Doña Lourdes ha hecho acto de presencia, pero ella sigue gritando a la mariposa
 ¡Mariposa, ven, ven…quiero ser tú amiga! ¡Ven!
¡Las burras charlatanas como tú, no tienen amigas!
El grito de la maestra paraliza a Lila, sabe cuál será su castigo por infringir las normas o ¿Tal vez no…?
Doña Lourdes saca su regla de madera del cajón de su mesa, mientras ordena a Lila que se arrodille con los brazos en cruz y las palmas de las mano abiertas hacia arriba, dirección al dolor.
La va a pegar otra vez, murmuran las otras niñas
¡Silencio! , grita la bestia. El sonido del impacto de la regla es tan fuerte que se ha partido en dos, pero Lila no ha sentido dolor en sus manos.
¡Lila, coge  la mariposa y tírala a la papelera!
¡A clase se viene a aprender, no a perder el tiempo mariposeando!

Lila rompe a llorar, en silencio, este castigo la hará callar para siempre.



Emi y sus colores.

jueves, 29 de junio de 2017

Yo, soy viento
Relatos
El Chaquetas II


Lucía, hace tiempo que no salimos de marcha. ¿Qué te parece si este viernes nos vamos a mover un poco el esqueleto?
Creo que es buena idea. Estoy harta de tanta tranquilidad bucólica; el único sonido que escucho es el las horrorosas urracas en el balcón, lástima del tirachinas que tuviera, no iba a dejar ni una. ¿Dónde quieres que vayamos a bailar?
Podríamos ir donde estuvimos la última vez. Con un poco de suerte, quizás veas al Chaquetas.
No es mala idea, aunque hace tanto tiempo que no creo que se acuerde de mí.
¿Te imaginas que estuviera?
¡umm! No quiero ni pensarlo.
¿A qué hora quedamos?
Pues  a eso de las nueve; picamos algo de cena para hacer tiempo y sobre las once y media nos vamos, así no seremos las primeras.

Esta vez calculamos bien los tiempos.
Buenas noches, ¿qué van a tomar las señoritas?
Hola, buenas, dos Gin tonic, por favor.
No habíamos dado ni dos sorbos cuando sonó 19 días y 500 noches. ¡A bailar!
Las manos al aire, me doy media vuelta y me topo con el Chaquetas. Clara me guiña un ojo, yo le correspondo con una sonrisa. El Chaquetas me toma por la cintura y acerca sus labios a mi oído...
Hace tiempo que no te veo, Lucía. Hoy estás preciosa
Sí, hace mucho tiempo...
Soy Fernando, ¿te acuerdas de mí?
Mi sinceridad me vuelve a traicionar
Claro que me cuerdo de ti, llevas la misma chaqueta, pero no recordaba tu nombre, ja, ja.
Me gusta cómo eres.
Gracias Fer... Fernando.
Veo que hoy también vienes con tu amiga.
Sí,  ya te dije que nunca salgo sola a bailar.
En un movimiento arrimó mi cuerpo al suyo, me beso en el cuello y la progesterona hizo el resto.
Ven conmigo esta noche, Lucía.
Eh... yo... yo... bueno... Espera un segundo que hablo con mi amiga.
Clara, vamos al aseo, quiero contarte algo.
¡Cuenta, Lucía, cuenta!
He decidido irme esta noche con el Chaquetas. ¿Cómo lo ves?
¿Que cómo lo veo?
Sí, dime.
Lo veo genial, ve con él. Tienes las llaves de mi casa; yo seguiré bailando otro rato.
Clara, no voy a ir a tu casa. El chaquetas me ha invitado a la suya, me dijo que luego me acerca donde yo quiera.
Pues ya estás tardando. Disfruta y cuando llegues me cuentas. No apagues el móvil.
No lo haré, tranquila.
Era evidente que el Chaquetas frecuentaba a menudo el local. Al salir, solo tuvo que mirar al guarda coches y este le acerco las llaves  en un abrir y cerrar de ojos.
Me abrió la puerta. No recuerdo la marca, pero sus asientos eran maravillosamente confortables. Las luces del Paseo de la Castellana corrían veloces a través del cristal.
Primer semáforo en rojo, achuchón al canto. ¡Gran pitada del coche de atrás!
Fer... Fernando... ¡Arranca que está en verde!
Siguiente semáforo en rojo... ¡Ni achuchón, ni leches! Mis manos se dispararon como posesas a su tubo de escape.
El imbécil de atrás vuelve a tocar el claxon.
Terminamos metiendo la cuarta, la quinta, la sexta sobre sabanas de seda... hasta las seis de la mañana, que fue cuando me llevó a casa de Clara.
Gracias por traerme.
¡Lucía! —me gritó cuando cerraba la puerta del coche. —Me gustaría tener tú teléfono, así podremos quedar en otra ocasión.
Sí, claro, toma nota.
¡El Chaquetas me había pedido el teléfono! La adrenalina me dificultaba encontrar las llaves del portal de Clara. ¡Dónde se habían metido las dichosas  llaves!
Por fin, di con ellas en unos de los infinitos recovecos de mi bolso.
Cuando abrí la puerta, vi que había luz en la habitación de Clara.
¿Clara estas despierta?
...
¿Estás bien, Clara...?
Sí... solo tengo el estómago revuelto.
¿A qué hora llegaste a casa?
Hace media hora más o menos.
¡Pero si la discoteca la cierran a las tres de la madrugada! ¿Dónde has estado hasta ahora?
¿Te acuerdas de aquel que se me arrimaba mientras bailaba?
¿Cuál!, ¿el soso aquel que parecía un sopitas?
¡Sí!
¡Pero si era un sin sangre!
Pues me invitó a una copa cuando tú te marchaste con el Chaquetas... y nos empezamos a besar... y esa cosas del querer, ya sabes.
¿Y qué paso después?
Pasó que me trajo a casa y de camino en el coche me suelta otro beso. De repente me empecé a encontrar mal y casi le vomito encima. Tuve que bajar la ventanilla y sacar la cabeza. Le he dejado el cristal hecho una mierda.
¡Ja, ja, ja!
No te rías, boba... que estoy muy malita.
¡Cómo no me voy a reír, Clara! Solo de imaginarme la escena me muero.
¿Y tú?, ¿qué tal con el Chaquetas?
¡Uf!, ¡cayeron cuatro preservativos!
¡ Qué bestia eres! Luego dices que no te duran los hombres. Si es que los revientas a la primera.
Sí... yo no necesito Primperan, ¡aggg!
¡Te odio!

Yo también. Venga vamos a dormir un rato. 





Emilia Díaz Banda.

domingo, 21 de mayo de 2017

Yo, soy viento 
Relatos
COMIENZA EL JUEGO... ¡BUM!
Los fines de semana que no salgo se hacen eternos, pero tengo que adaptarme a mi escasa economía.
Hoy no tengo ganas de pintar. Enciendo el portátil y me dejo llevar por  la música de un  «Cadáver exquisito» de Fito Paez...

Entre canción y canción la publicidad hace su trabajo:


¡Entra en Leetic, amplía tu lista de amigos, conoce gente con tus mismos gustos!
La curiosidad me lleva a pinchar en la página y todo un abanico de rostros tanto masculinos como femeninos se despliega ante mí. Parece interesante y decido rellenar el largo y extenso formulario de preguntas, al parecer necesario para crear mi propio perfil. Una vez finalizado todos los requisitos para entrar en Leetic, tan solo me queda un espacio que rellenar: el seudónimo con el que apareceré ante los posibles amigos que quieran ver mi perfil.
Me llamaré Azul.
Acepto las normas de la página y, ¡zas!, doy al enter.
¡Guau! Cuantos guaperas sueltos.
Vaya, parece que esto funciona muy rápido, la luz verde de mi chat comienza a sonar.
—Hola, Azul
Bien…empecemos la conversación.
—Hola, ¿quién eres?
—Soy Pez Volador.
—Pues, hola, Pez Volador.
—Estas muy guapa en la foto de perfil y veo que te gusta la pintura, ¿tal vez por eso te llamas Azul?
—Gracias por tu cumplido. Sí, me dedico a la pintura. Y tú, ¿por qué te llamas Pez volador?  No veo en tu perfil la pecera por ningún sitio.
—Veo que aparte de pintar y ser bonita tienes sentido del humor.
—Bueno, el sentido del humor es una de las cosas que intento conservar.
—Uhm… y veo que también conservas  unas bonitas piernas.
—Gracias. A ti te queda muy graciosa la camisa de cuadros que llevas.
—¡Uff! ¡Y que bien luces con  esos tacones!
¡Maldita sea! Todo el día sin hablar con nadie y ahora tiene que sonar el dichoso teléfono
—Espera un momento, Pez volador; me llaman al teléfono.
—Ok, preciosidad; estaré esperándote.
—¿Lucía?
—Hola, Clara, ¿qué tal?
—Bien; aquí muerta de asco. Odio los domingos por la tarde. ¿Y  tú?, ¿estás pintando?
—No; estoy chateando con un guaperas.
—¿Cómo?
—Pues, que me he  suscrito a una página de esas para conocer a gente y me ha pinchado uno.
—¡Lucía, estás loca! ¿Cómo se te ocurre hacer eso? ¡Podrías estar hablando con un psicópata o vete tú a saber!
—Clara, es una página que parece segura; la anuncian por la televisión y la descubrí cuando estaba escuchando música en Internet.
—¿Y cómo se llama esa página, si se puede saber?
—Se llama Leetic. Rellenas un formulario con tus gustos musicales, aficiones, tu edad y más cosas, y crean un perfil en el que te pueden pinchar hombres de tus mismo gustos.
—Ya… pues, a mí esas páginas no me dan confianza.
—Clara, esta página dispone de una casilla en la que puedes denunciar si alguien se pasa de la raya. Total, ¿qué puedo perder? Si me pincha algún petardo, pues, lo bloqueo y que pase el siguiente.
—Veo que no te convenzo para que no sigas en ella, pero ten mucho cuidado, Lucía
—No te preocupes, Clara. Ya te iré contando; ahora voy a seguir  con mi Pez volador.
—¿Pez volador?
—Sí, es el seudónimo del guaperas con el que estoy hablando.
—Ja, ja, ja. Eso me lo tienes que contar en persona.
—Pues mañana bajo a Madrid a comprar material de pintura. Si quieres comemos juntas y te enseño mi perfil del Leetic.
—¡Genial! Mañana nos vemos. ¡Ala!, te dejo, no vaya a ser que se te queme el pescadito.
— ja, ja, ok. Un besazo, Clara.
Encendí un cigarrillo…y me dispuse de nuevo a hablar con el Pez volador.
—Hola, Pez volador. Ya estoy de nuevo contigo.
—Uhm… ¡Qué bien suena eso, preciosidad!
Reconozco que me estaba empezando a caer un poco  empalagoso el pececito de las narices, pero aún era pronto para juzgarlo. Solté un poco más de sedal  para saber si sabía nadar fuera del agua.
—¿Qué es lo que te suena bien, Pez volador?
—El que estés conmigo de nuevo, sirenita.
— ¿Sirenita…? Ja, ja, ja. Te aviso que yo no tengo cola.
—Ya me he dado cuenta, cariño. Me encantaría tener tus hermosas piernas entre la mía.
—¿No me digas que solo tienes una pierna?
— ¡No! Quise decir entre mis piernas. El maldito teclado se me comió la «s».
—Me encantaría que sintieses mi cola fresca sobre tu cuerpo.
Era el momento de tirar de la caña y apretar el anzuelo…
—¡Uff! ¡Qué pereza meterme ahora en el agua con el frío que hace, querido Pez!
—Uhm… Mis aguas  son muy cálidas. Ven y déjate llevar por mí.
—Me encantaría nadar contigo, Pez volador, pero es que tengo un problema.
—¿Qué problema tienes, mi Sirenita Azul?
—Pues que se me estropeo el tele transportador, corazón… y ya sabes… los técnicos  dan prioridad a la princesa Leia.
—Veo que eres una chica dura, Azul… y eso me excita más aún.
—Oh… ¡Qué delicado eres! ¡Quizás mañana me moje un poco los pies. Hoy tengo que dejarte.
—¿Ya te vas tan pronto y me dejas solo en este mar tan peligroso?
—Sí, me retiro a mi camarote. Que tengas felices sueños, Pececito volador. Y ¡cuidado con las Orcas!
Uff, qué cansino, por Dios. Como todos sean así, me veo haciendo un curso de submarinismo. Creo que por esta noche está bien. Cerré el chat.
Después de comprar el material de pintura para mi próxima exposición, acudí al restaurante donde había quedado  con Clara.
—Veo que hoy me has cogido la delantera, Clara —le susurré al oído, mientras ella daba un sorbo a su copa de vino.
—¡Eh, Lucía, ya estás aquí!
—Sí, ya estamos juntas otra vez.
—¡Explícame eso del Leetic!
—Espera al menos que suelte las cosas y me siente.
—¡Camarero, por favor! ¿Puede traernos otra copa de vino? ¡Vamos, suéltalo ya!  Muero de ganas de ver el rostro de tu Pez volador.
—No seas impaciente, Clara. Además, a ti estas cosas te dan miedo ¿No?
—Lucía, tengo que confesarte algo.
El brillo de los ojos con el que Clara me había dicho que tenía que confesarme algo hizo que derramara parte de la copa de vino sobre la mesa.
—¡Ala!, ¡mira la que has liado!
—No te preocupes, Clarita; esto dicen que da buena suerte.
Ahora era yo la que ardía en deseos de escuchar la confesión de Clara.
—Bueno, ¿vas a soltarme tu confesión o qué?
—¡Sí! Verás… ya sabes que me gusta informarme e indagar cuando algo despierta mi curiosidad.
—¡Clara!, ¡ve al grano y déjate de tanto rollo!
—¿Estás preparada, Lucía?
—¡Por dios, suéltalo ya!
—¡Yo también me he suscrito al Leetic!
—¿Cómo? ¡¿Tú…?! ¿La rancia que anoche me decía que estaba loca, que tuviera cuidado…?
—Pues sí. Después de hablar anoche contigo, me metí para ver… Y ¡Me suscribí! ¡Ah! Mira todos los hombres que me han mandado flechazos.
—Si solo te han pinchado los de la tercera edad.
—No seas imbécil, Lucia. Mira este de última hora.
—¡Oh, qué mono es! ¡Pero si tan solo tiene 30 años!
—Me da igual, Lucía. No me dirás que no está para comérselo.
—Sí. Pero quizás tengas que cantarle una nana para dormirle.
—Ya, y tú ponerte flotador para nadar con tu boquerón. Por cierto enséñame su perfil.
—¡No se llama Boquerón; es Pez volador ¡Mira la foto!
—Este tiene pinta de salidillo.
—¡ Sí! Ayer le mandé a soñar con las orcas.
—Pues, yo le voy a devolver el flechazo al jovenzuelo.
—Ya te veo preparando purés para tu bebecito.
—¡No seas idiota, Lucía! Este ya tiene dientes y puede masticar.
—Pues, ten cuidado que no se te clave un diente de leche cuando le des de mamar.
Sin darnos cuenta, entre pescados y lácteos, habíamos llegado a los postres y a los licores. Clara tenía que volver al trabajo y yo tomar rumbo al más allá.

Fotografía.
Pilar Escamilla Fresco.

martes, 16 de mayo de 2017








Yo, soy viento
Relatos

Después de las compras



EL CHAQUETAS (I )

Eran las diez y media de la noche cuando llegamos a la discoteca. Esta vez, Clara se había asegurado que las tuercas las traíamos apretadas de casa.
-¿Dos entradas, señoritas?
Me encantaba escuchar aquella palabra.
-Sí, por favor.
Nada más entrar nos dimos cuenta de que este local sí era apto para nosotras. Nos dirigimos a la barra y pedimos dos  Gin-Tonic. Sin embargo, había algo que fallaba... ¿Dónde estaba la gente?
-Clara, este sitio está muy bien, pero aquí no hay ni Dios.
-Es verdad; esperemos que se vaya animando a lo largo de la noche. La gente seguro que sale más tarde.
-¿Qué hora es?
-Son... las 22:30.
En seguida nos dimos cuenta que éramos las primeras en abrir la noche. La segunda noche que salíamos de copas y allí estábamos como dos pavas a medio pelar, sentadas en la barra del bar con nuestras copas, unos cacahuetes salados y las bolsas de las pollas sintéticas colgando por debajo de la barra. ¿Cómo iba a ver nadie a esas horas?
-Lucía, creo que hemos venido demasiado pronto.
-Sí, es que no damos una.
Poco a poco la discoteca se fue llenando de gente. No tardamos en descubrir los códigos.
Cogimos nuestras copas y nos sentamos en unos taburetes que había alrededor de la pista de baile. La música me pierde, no puedo estar quieta cuando la oigo, era mi fiel aliada desde que me había divorciado.
Di un sorbo a mi copa y me lance a la pista de baile.
-¡Hola, bailas muy bien!
-¡Gracias!
-¿Vienes mucho por aquí?
-¡Es la primera vez!
-¿Cómo te llamas?
-¡Qué dices!
-¡Qué cómo te llamas!!!
-¡Lucía! ¿Y tú?
-¡Fernando!
-¿Te apetece salir a fumar un cigarro Lucía?
-¡Sí!
-Clara, voy a salir fuera a fumarme un cigarro.
-¿Quién es ese con el que estabas hablando que no te quita los ojos de encima?
-Pues uno que me ha preguntado cómo me llamo, ¡ag!
-¡Qué morro tienes!, ¡ya has ligado!
-No, pero el tío está que te mueres; voy a charlar un rato con él fuera.
-¡Lucía, si te vas con él me das un toque!
-Clara... solo voy a fumar un cigarro a la puerta.
¡Guau! La primera noche que salgo a bailar y un hombre se había fijado en mí. Calculé que tendría mi edad más o menos; vestía una camisa rosa pálida, pantalón vaquero y una chaqueta azul marino que desató mis hormonas. Estuvimos hablando el tiempo justo que da consumir un cigarrillo.
-Me gusta cómo te mueves cuando bailas, ¿vas a clases de baile?
-No, simplemente me dejo llevar por la música.
-¿Has venido sola?
-No. Nunca salgo sola a bailar; estoy con una amiga. Y tú, ¿vienes mucho por aquí?
-Sí, casi todos los fines de semana; ven pasemos dentro que aquí hace fresco.
Me tocó la cintura y me sacó a bailar, abrazados. Segundo envite a mis hormonas.
¡Socorro!. No sabía bailar así, agarrados uno del otro; lo más que había sostenido en mis manos cuando baila en casa sola era el palo de la fregona. ¡Pisotón al canto!
-¡Lo siento! No sé bailar agarrado.
-¡No te preocupes encanto, tú déjate llevar por mí!
-¡Perdona, te volví a pisar!
Cuando la música cambio de tercio, sentí un gran respiro; aproveché para dar un trago a mi Gin-Tonic y hablar con Clara, en el aseo, por supuesto.
-¿Qué te ha dicho?
-¡Uff!, hemos hablado poco, pero cómo me pone su chaqueta
-¿Cómo?
-Cuando me ha sacado a bailar y me ha cogido por la cintura, yo he puesto las manos sobre su chaqueta, me ha dado de todo.
-¡Explícate mejor, guapa, no te entiendo!
-¡Pues que el tacto de su chaqueta en mis manos me excita!, ¿te has enterado ya? Y la fuerza con la que me agarraba de la cintura... uhm.
-¿Te vas a ir con él esta noche?

-Clara, no me voy a ir con nadie; hemos salido juntas a bailar y juntas volveremos a casa. El Chaquetas será mío la próxima vez.


 Emilia Díaz Banda

Fotgrafía .
Pilar Escamilla Fresco

jueves, 11 de mayo de 2017

Fotografía Pilar Escamilla Fresco

Yo, soy viento
Relatos

Hoy nos vamos de compras

Clara lleva varios días insistiendo que baje a Madrid. Esta vez no tengo excusas.
-¿Clara...?
-¡Hola, Ojitos!
-He decidido que al final voy a verte.
-¡Bien! ¿A qué hora vendrás?
-No creo que llegue antes de las seis. He quedado con Juan para que eche un vistazo al coche, así que iré en autobús.
-De acuerdo. Cuando cojas el autobús me das un toque.
-Lo haré y ve pensado dónde podemos ir.
-Ya lo tengo pensado; iremos de compras y luego a tomar unas copas o a bailar.
-Clara, yo ando muy justa y no quiero gastar demasiado.
-No te preocupes, Ojitos, yo te invito.
-Bueno, yo pago la primera ronda; me siento más cómoda así.
-Vale, Lucía.
-Chao.
....
-Hola Cariño
-Hola, Mamá.
-¿Por qué me miras así Juan?
-Porque te veo muy guapa.
-Gracias, hijo. Hoy salgo con Clara y nos tomaremos algo por Madrid.
-Me parece genial; eso es lo que tienes hacer, salir y divertirte.
-Toma las llaves del coche; ve si a ti se te va hacia un lado.
-No te preocupes, mamá. ¡Venga!, márchate, que vas a perder el autobús.
-Sí, ya me voy.
-Mamá, desconecta de todo. Te quiero.
-¡Yo también, Juan!
Cada vez que viajo en autobús suelo coger asiento de ventanilla. Me encanta ver el paisaje, mirar los campos, el cielo... y perder mi imaginación escuchando Fields of Gold.
-¿Por dónde vas, Ojitos?
-Estoy saliendo del metro.
-¡Te veo, te veo!
La Puerta del Sol rebosa vida...reconozco que me cuesta mucho bajar a Madrid, pero cuando lo hacía, me sentía feliz. Mirar a la gente en el metro, unos con sus cascos escuchando música, otros compartiendo risas y otros recuperando el sueño. Escuchar a los músicos en la calle...
Recuerdo una ocasión en que bajé con mi hija a Madrid, cuando ella era pequeñita. Nunca se me olvidará. Íbamos por el pasillo del metro y había un músico tocando el acordeón; nos paramos ante él y le eché una moneda sobre un trapo que tenía en el suelo. El músico nos regaló su mejor sonrisa. Al seguir caminando, mi hija me dijo:
-¿Mamá, por qué le has dado dinero?
-Cariño, porque se está ganando la vida con su música; son gente que no tienen trabajo y algunos ni casas; hay que ayudar a los pobres.
-Pero, mamá, ¡ese hombre era rico!
-No, hija. ¿Cómo va a ser rico? ¿No te has fijado en sus manos desgastadas, en sus ropas y su calzado roto?
-No, mamá. ¡Pero sí, es rico! Tiene un diente de oro.
-¿Cómo dices?
-Sí. Cuando se ha reído, le he visto un diente de oro. ¡Y nosotras no tenemos ninguno!
-¡Ay, cariño! Eso no significa que sea rico; tal vez, en algún momento de su vida, le pusieron un diente de oro. Hace muchos años, algunas personas, cuando se les caían los dientes, les ponían uno con la funda de oro; era la moda.
Clara me hacía señas con la mano.
-¡Estoy aquí!
-¡No te veía con tanta gente! ¡Estás guapísima!
-Y tú, radiante.
-Hoy nos vamos de compras y luego...
-¿Luego qué?
-Luego nos vamos a bailar. Me han dicho de un sitio que está muy bien.
-¿Supongo que no venderán tornillos ni habrá yogurines?
-Confía en mí, Lucía. Primero a comprar.
-¿Qué quieres comprar?
-Ya te lo diré cuando estemos en la tienda. Por cierto quiero enseñarte una foto de un amigo haber qué te parece.
-¿Ya has vuelto a ligar?
-¡Sí! Mira.
-¿Qué es esto Clara?
-Pues la foto del tío con el que hable esta mañana, ¿Qué te parece?
-¡Ah! ¡Pero si parece un muerto de cuerpo presente!
-No te rías, Lucía; no empieces.
-¿Cómo no me voy a reír? ¿Tú eres consciente del contenido erótico de la foto?
-¿Qué contenido erótico? ¡No se le ve la cara ni tampoco la polla!
-Ya veo, ya. Tan solo asoman unas piernas llenas de pelos y el fondo. Clara, ¿has visto el fondo de la foto?
-¿Qué le pasa al fondo de la foto?
-Es una armario de formica del año la Tana.
-¡Es verdad, no me había dado cuenta, ja, ja!
-Dile que la próxima foto que te mande, le ponga un trapo al armario y que se depile las piernas.
-Mira que eres boba.
Entre risas y comentarios sobre el Piernas, llegamos al objetivo de Clara.
-Bueno pues ya estamos aquí; esta es la tienda.
Mis ojos se abrieron como platos.
-¡Esto es un Sex Shop, Clara!
-¡Sí!
-¿Y qué quieres comprar aquí?
-Tú regalo, Ojitos.
-¿Mi regalo? Te recuerdo que no es mi cumpleaños.
-Ya lo sé, tonta. Yo quiero hacerte un regalo especial y no tiene por qué ser tu cumpleaños.
-Clara, hay veces que te temo más que a un nublao.
-¡Anda!, no seas imbécil; vamos dentro. ¡Vamos que no tenemos toda la noche, guapa!
La tienda era inmensa. Había vitrinas por todos los lados, dividida por secciones, juguetes eróticos, lencería para perderse entre fantasías sexuales. Por lo visto, muy bien surtido.
-Buenas tardes, señoritas. ¿Les puedo ayudar en algo?
Mi mente me traicionó.
-¡No sabes tú bien a lo que me podías ayudar!
Pero mi boca se mantuvo cerrada... ¡Felizmente!
-Pues sí, queríamos saber la diferencia entre estos consoladores y los de allí arriba.
-Les explico. Miren, estos son más caros por el material con el que están hechos, más suaves, y tienen varias posiciones de movimientos e intensidad de vibración. Estos otros que son más baratos, solo tienen dos intensidades de vibración, pero el material también es bueno. Nosotros solo vendemos calidad.
Clara era la voz cantante; yo con la cara a cuadros, escuchando con la soltura y naturalidad con la que el dependiente nos explicaba cómo utilizar el dichoso juguetito dentro de nuestras vaginas.
-Muchas gracias por su información. Vamos a seguir viendo cosas.
-Como quieran. Si tienen alguna duda más, estoy a su disposición.
Lo que tardó el dependiente en darse la vuelta, tardé yo en secarme el sudor de la frente.
-¿Qué te pasa? -me preguntó Clara, mientras sostenía las dos pollas sintéticas de colores en sus manos.
-No me pasa nada; es que no estoy acostumbrada a que un hombre me asesore sobre la intensidad de vibraciones para mi coño.
Clara rompió a reír.
-Bueno, decide, ¿cuál te gusta, el azul o el fucsia?
Me decidí por el fucsia; al fin y al cabo, si lo utilizaba en la oscuridad de la noche y debajo de mis sabanas, podría distinguirlo mejor.
-Ni se te ocurra sacar la cartera, Lucía, ya te dije que era un regalo.
-Clara, es muy caro.
-Me da igual, Venga vamos a bailar.
-Eres tremenda, Clarita.
-No, soy mujer como tú, so gansa.
-¿Te imaginas que te escriba el Piernas, mientras estás con tu juguete azul?
-¡No jodas!
-Y tú: uhm... sí.... sigue... ¡oh!, ¡cómo me ponen tus piernas, amor! Deseo sentir tu armario en mi espalda... ¡ohhh!, ¡el tacto de la formica!

-¡Calla, por Dios, no empieces!