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sábado, 29 de abril de 2017


Yo, soy viento
relatos
Primavera marchita, un disparo en el alma

Tarde o temprano tenía que volver al mar. Esta vez no toqué al timbre, como de costumbre. Metí la llave  en la cerradura. La casa olía a silencio, un silencio que taladraba todos mis sentidos.  
Dejé la maleta en el pasillo. Camine  hacia la habitación,  donde solía dormir con mi madre. Me senté frente a su cama. Quería hablar con ella, decirle que ya estaba de nuevo a su lado; quería besarla, sentir su abrazo; quería contarle que tenía razón, cuando me decía que yo no era feliz en mi matrimonio, pedirle perdón por tantas veces en las que discutíamos…
—Lucía, deberías dejar de fumar.
—Ya lo sé, mamá, no empieces de nuevo.
—Tú es que no te oyes por la noche, hija; toses demasiado y roncas como un viejo.
—¡Mamá!, ¡ya está bien! Sé que ronco, toso y doy muchas vueltas en la cama y que me cuesta conciliar el sueño.
—Si no puedes dormir, toma una de mis pastillas para los nervios
—No voy a tomar ninguna de tus pastillas mamá, ya te lo he dicho mil veces. Te pones muy pesada.
—¡Contigo, hija, no hay quien hable; tienes el mismo genio de tu padre!
—Mamá, ¿por qué siempre me repites lo mismo?
—Porque tú  has sido una loca toda tu vida; que no has hecho caso a nadie. Cuando cocinas lo haces deprisa, y así te pasa que arrebatas los guisos y no saben a nada. ¡Mira qué pelos llevas a la cara!, ¡como una zarrapastrosa!
—¡Basta ya, mamá! Empiezas con una cosa y sacas cincuenta chismes a relucir. Yo visto como me gusta y mi pelo está limpio. ¡Y si se me quema la comida tal vez sea porque estoy a varias cosas a la vez! ¡Estoy harta de que me critiques todo lo que hago! la que está aquí solucionando vuestros problemas soy  yo, ¡la loca de Lucía! Sí, mamá, la loca que discute con tu doctora porque no te hace bien las recetas, la que te pone la casa patas arriba para dejártela limpia, la imbécil que se traga tus continuas críticas  cada vez que vengo a veros.
—Hija, si tanto te molesta venir quédate en tu casa.
—¡No me molesta venir mamá!... Me molesta tu actitud.
—Y a mí me molesta todos los disgustos que me has dado tu.
—¿Hasta cuándo vas a seguir anclada al pasado, mamá?, ¿no te has preguntado que quizás tú tampoco has sido la madre perfecta?
—¿Me estas llamando mala madre?
—¡No, joder, no te estoy llamando mala madre!
...pero me limité a abrazar su almohada y sentir el aroma de su ausencia. En mi mente resonaba el recuerdo de uno de sus boleros preferidos: Reloj, no marques las horas. Recordé cuando me hablaba de su juventud, sus historias cuando salió del pueblo para ir a trabajar a Madrid, de  la fotografía dedicada a mi padre, con su abrigo negro entallado a la cintura, su melena ondulada y sus zapatos de tacón de aguja en la plaza Mayor de Madrid.
—¡Quieres dejar a la chica en paz!
—¡Tú métete en tus cosas; lo único que sabes hacer es estar todo el día tumbado!
—¡Mamá, por favor, para ya… para!
—¡Pues que se calle tu padre!, ¡nunca me habla cuando estoy sola y ahora tiene que soltar la coletilla! Más vale que  me hubiera querido más… ha sido incapaz de decirme nunca un te quiero.
—¡Mamá, basta, te lo ruego!
—¡Te habré dado yo muy mala vida!, ¿verdad?
—Yo no digo que me hayas dado mala vida, pero nunca has sido un hombre cariñoso.
—¡Te parecerá poco, he trabajado toda la vida como un cabrón, de sol a sol para que  no os faltase de nada a ti y a nuestra hija.
—¿Y eso qué tiene que ver para decirme un te quiero?, ¡hay que sacarte las palabras con cucharon!
—¡Ya hablas tú por mí!
—¡Basta ya, mamá! ¡Y tú, papa, levántate de la cama que es  hora de cenar!
—¡Sí, que se levante!  Lo único que sabe hacer es estar todo el santo día tumbado en su cama.
—¿Para qué me voy a levantar?, ¿para sentarme en el sofá mientras tú ves a los tontos esos de la televisión?
—¡Queréis callaros de una vez y dejar de discutir!
—Mamá, por favor…
—Pues, ya me callo y así no molesto a nadie.
—¡Eso es lo que tienes hacer!, ¡callarte!
—¡Y tú, lo que tienes que hacer es mover los huevos de la cama!
—¡A ver, o ponéis fin a esta discusión, o al final la que se va a cabrear soy yo!
—Pues, si te cabreas, dos trabajos tienes... y tres, si no comes.
Si alguien había en este mundo que me hiciera perder los papeles, esa era mi madre. Nunca aceptaría que yo me hubiera marchado de casa a la mayoría de edad, que hubiera tenido un hijo de soltera a los 19 años, que me negara en rotundo a casarme y a bautizar a mi hijo, que prefiriera marcharme de casa con mi  niño envuelto en una manta antes de someterme a sus dictatoriales órdenes. Nunca aceptaría que yo no fuera como ella, una mujer infeliz.
Una vez más me sentía aplastada como una mierda.
—¿Dónde vas a estas horas, Lucía?
—Me voy a dar un paseo y fumarme un puto cigarro.
—¡Llévate las llaves!, yo no puedo levantarme a abrirte la puerta y tu padre no se entera cuando llaman!
—Sí, mamá, sí…
....
—¿Lucía, eres tú?
—Sí, mamá. ¿Aún estás despierta?
—No puedo dormir, hija. Anda, tráeme un vaso de agua y la pastilla de los nervios.
—Toma la pastilla, mamá, y deja de rascarte la pierna que te vas a hacer una herida
—Lucía… dame con un poco de crema en el cuerpo; estos picores me están matando.
—Tienes que beber más agua, mamá, para hidratar la piel, sudas demasiado.
—Cuánto trabajo te doy, hija…
—No digas tonterías, mamá. Cuando vengo a veros puedo dormir mejor y desconecto de las tensiones de Madrid.
—Hija, yo sé que a ti te pasa algo; tú no eres feliz.
—No te preocupes, mamá, es solo tensión de trabajo y los hijos ya sabes…

—Eso es lo que tienes tú, Lucía, un montón de responsabilidades. ¡Si me hubieras hecho caso!
—No empieces, mamá. Venga, vamos a dormir.
               Reconozco que en aquella época no fue nada fácil para la mentalidad de mis padres que  yo tuviera un hijo de soltera, que no me casara y lo peor de todo que no  lo bautizara. Pero para mí tampoco fue fácil enfrentarme a un mundo en el que desentonaba por mi forma de ser y pensar, un mundo del que un ginecólogo me  echa de la consulta por ir a pedirle la pastilla anticonceptiva, en el que mi novio se niega a utilizar preservativos y cuando le digo que estoy embarazada  me aconseja que aborte.
Un mundo en el que yo iba a tener que pagar cara mi rebeldía.  

Ahora tan solo puedo abrazar su almohada, ahora que le podría decir que tenía razón, que no era feliz en mi matrimonio,  que por fin  estaba moviendo los papeles para mi divorcio.  
Pero ya es tarde.
Sí, tarde para contarle que, cansada de tanta indiferencia, de tantas lágrimas en soledad, había mirado a la otra orilla y había descubierto que yo valía más de lo que mi marido nunca me decía; que por primera vez había sido una puta infiel, como él me dijo cuándo le conté que había estado con otro hombre, dos horas, un único día.
Y estuvimos separados dos meses en los cuales él descubrió que me amaba con locura, que yo era su vida que no podía vivir sin mí.
Pero aquella infidelidad, por llamarlo de alguna manera, él nunca la superaría, ni yo tampoco. Ahora sabía que no era yo la que fallaba como mujer ni como madre. Y aunque decidí darle una oportunidad, lo único que hice es volver a chocar con lo mismo de siempre.  Y si alguna duda se me había quedado, él se encargó de disiparla aquella primavera marchita, cuando le dije que esta vez me divorciaba, sin marcha atrás.
Con toda la rabia de su boca me llamó puta, una y otra vez, a los oídos de mi padre aún convaleciente de la muerte de mi madre, a los oídos de los vecinos.
Gritó alto y claro
— ¡Que todos sepan que eres una puta, que me ha puesto los cuernos, que tu padre oiga la hija que tiene!
__¡Por dios cállate! Mi padre no tiene la necesidad de escuchar como me insultas ¡No ves que él está sufriendo ya demasiado!
__¡No, No me callo, estoy en mi casa y digo lo que me sale de los cojones!
__¡Márchate, déjanos en paz a mi padre y a mí!
__¡Sí, me marcharé! Ya has conseguido lo que querías, has sido muy inteligente, ahora te quedas con el coche que te compre, con la casa grande, el depósito de gasoil para calentarte cuando llegue el invierno. Sí, has sido muy astuta.
__¿ Cómo te atreves a decirme que tú me has comprado el coche? Yo tengo mi sueldo como tú y todo lo hemos compartido, esta casa la hemos construido y pagado los dos así como todo lo  que hay en ella.
   Pero antes de atravesar la puerta de la calle y marcharse con su ira…me miro como un animal salvaje al que le han herido y  disparo de nuevo su envenenada lengua.
__¡Eres una puta! Me has arruinado la vida a mí y  nuestros hijos
___No, no soy una puta, ni tampoco he arruinado tu vida y mucho menos la de nuestros hijos, nuestros hijos saben toda la verdad. Márchate por favor.
__Sí, me marcho
Al cerrar la puerta…subí a mi habitación y llore en silencio para que mi padre no me escuchara, llore como lo hacen muchas putas mujeres.  Esas putas mujeres que se entregan en cuerpo y alma al cuidado de sus hijos, que trabajan dentro y fuera de casa, esas mujeres que reclaman ser abrazadas, queridas, amadas, escuchadas. Sí, yo era una de esas putas mujeres.

__¡Lucia! ¿Dónde estás hija? ¡Lucia!
Baje las escaleras como alma que lleva el diablo y abrí la puerta de la habitación de mi padre, la puerta que había cerrado inútilmente para que no escuchara la discusión que había tenido con mi marido.
__¿Que pasa papá? Le pregunte mientras sentada en su cama intentaba contener  mis  lágrimas.
__Hija, quiero irme en el autobús
__¿Qué estás diciendo papá, de que autobús hablas?
__Quiero irme a mi casa, Lucia,  no quiero estorbar a nadie, quiero irme al mar con tu madre, hija, llévame a mi casa.
__Papá, no te voy a llevar a ningún sitio, aquí estas bien, conmigo y no estorbas a nadie
__Hija mía…Tú no eres una puta ni tampoco mala madre, me dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, Unas lágrimas…que me rompieron  en pedazos. El animal herido había cumplido su cometido. Había sabido clavar sus garras en la zona más débil, hacer daño a mi padre para que mi dolor fuera mucho más intenso y amargo.
Y fue en ese momento, cuando me di cuenta que había querido tanto a mi marido que me olvide de quererme a mí misma.

El verano paso, en silencio, sin voces ni insultos. Durante el tiempo que pude tener a mi padre a mi lado fui la hija más feliz del mundo, para él era perfecta, todo lo que cocinaba le parecía rico, nunca se quejó de nada, pero su memoria se fue marchitando, no podía dejarle solo en casa, tampoco podía pagar a una mujer que  cuidara de el en las horas que yo estaba trabajando. La única solución fue llevarle a una residencia de ancianos, allí, estaría más controlado pero no mejor cuidado. Y las tardes de otoño se hicieron  silenciosas, largas, tan solo me regalaba la luz de unos cielos en los que me pasaba las horas muertas mirando, como cuando era niña.

Emilia Díaz Banda
Fotografía Pilar Escamilla Fresco

miércoles, 5 de abril de 2017

Yo, soy viento
Relatos

fotografía Pilar Escamilla  Fresco( Pi Fresco) 

Cuadros de una exposición


Cada vez son más frecuentes nuestros encuentros. Clara dice que me estoy enamorando. Sin embargo, yo sigo pensando lo mismo (el amor duele y yo no quiero sufrir). El día en que Camilo me llevó a su casa sentí celos por primera vez.
La casa era antigua de largos pasillos y ventanales alargados.
¡Oh!, cómo recuerdo aquel salón con su balcón mirando al Parque del Retiro, aquellas paredes con sus fotografías de conciertos en blanco y negro. Y su piano, el piano que él acariciaba con sus delicados dedos, el piano que sentía su piel cada noche, cada mañana, el piano que él amaba.
Lucía, ven.
Me llevó hacia un rincón del salón, donde había un sillón.
Siéntate y disfruta de la pieza. Voy a tocar —me dijo a la vez que me ofrecía una copa de vino. Se dirigió hacia el piano, acomodó su trasero al asiento y se giró hacia mí con una sonrisa.
Relájate y escucha.


Sus manos comenzaron a acariciar las teclas de su piano, a la par que mis sentidos se embriagaban de aquella melodía. ¡Dios mío!, ¡estaba celosa de su piano!
No podía apartar mi mirada de sus manos. Al cabo de unos minutos el silencio se apoderó de aquel salón, con una sutilidad que me estremeció el alma.
¿Qué te ha parecido la pieza que he tocado, Lucía?
Es realmente maravillosa, Camilo; es... ¡es tan hermosa!
Me alegro de que te haya gustado; la compuse para ti. Aún tengo otra sorpresa.
No salía de mi asombro. Había compuesto una pieza en su maravilloso piano, solo para mí.
No creo que ya me puedas sorprender más, Camilo. Esto es lo más lindo que me han regalado nunca.
De repente, sonó de nuevo la música; una música muy distinta a la que había tocado. Se acercó, me tomó por la cintura y comenzó a besarme.
¡Oh, Lucía, cómo te deseo...!
Camilo me daba lo que no me habían dado otros hombres. Con él sentía la dulzura de sus manos, la belleza de su mirada , la pasión que desataba en mí cuando mordía mi boca, la forma en que traspasaba mis sentidos al fundir nuestros cuerpos en el más exquisito de los placeres, el sexo, su risa al despertar abrazado a mi cuerpo.
Sentía algo especial por él. No sabía si era amor, deseo o cariño. Cada uno teníamos nuestra propia vida y quedábamos como amigos siempre que nos despedíamos. Nunca lo hacíamos con un «hasta prontoб cariño» tan solo nos dábamos un abrazo y un «cuídate, hablamos». Pronto me di cuenta de que no era la única que no pronunciaba un «te quiero». Cuando él me miraba y abría cada poro de mi piel, lo hacía con un «te deseo, Lucía».
Era evidente que los dos estábamos al mismo nivel. Nunca preguntábamos lo que nos podía dañar los oídos; teníamos nuestro propio espacio. Pero yo quise saber el significado de aquella fuerza con que me abrazaba, cuando estaba dormida. Yo quería saber.
Había algo que me hacía disfrutar mucho más que Camilo. Tumbarme en la oscuridad de la noche y mirar al cielo, saborear mi cigarro y cada sorbo de mi copa, con la única compañía de las estrellas. Esperar que el cielo me regalase, como cada tarde, sus ocasos, mirar las formas caprichosas de las nubes, su color...
Una noche, después de una frenética sesión de lujuria y desenfreno, salimos desnudos al balcón, a saborear el silencio que nos regalaba la luna.
Camilo, me gustaría preguntarte algo. ¿Qué tipo de mujer ves en mí?
Lucía, veo a una mujer fuerte, valiente que no tira la toalla fácilmente. Eres muy entusiasta, pero...
Pero, ¿qué?
Que hay veces que das miedo. Sí Lucía, eres una mujer que te atreves con todo, te lanzas al vacío; eres como el viento, dulce, salvaje impredecible.
Aquellas palabras me recordaron a Clara, cuando me dijo que espantaba a los hombres. Pero, ¿por qué los espantaba?, ¿por qué les daba miedo? Tan solo me mostraba como realmente era yo, una mujer libre, incapaz de amar; una mujer que había despertado de un letargo de treinta años, que había conseguido decir «no» a lo que no me gustaba, que había conseguido despertar mis placeres más ocultos en los brazos de un hombre sin temor a prejuicios o a ser juzgada, que podía querer sin pronunciar un «te quiero»; una Lucía que controlaba el dolor del amor a raya.
Sé que esto que te voy a decir quizás te duela. Camilo, yo estoy muy a gusto contigo, pero no te amo; tan solo siento un inmenso cariño hacia ti.
Ay, Lucía. No me haces daño; yo siento lo mismo hacia ti. Me encanta cómo eres, tu pasión cuando tenemos sexo, pero quiero que sepas que en mi proyección de futuro no estás tú. Yo quiero formar una familia de nuevo y me gustaría tener un hijo. Te quiero y te aprecio mucho; eres una amiga maravillosa, pero tampoco estoy enamorado de ti.
Aquellas palabras calaron en mí. Reconozco que no me gustaron demasiado, pero si yo era tan sincera y le había dicho que no le amaba ¿Por qué me había escocido el alma escuchar lo mismo? Encendí otro cigarrillo. Se hizo un silencio extraño entre los dos. Le miré a los ojos y entendí que aquella relación duraría hasta que el viento cambiase de rumbo.


Emi y sus colores