Yo, soy viento
Relatos
El Chaquetas II
—Lucía,
hace tiempo que no salimos de marcha. ¿Qué te parece si este
viernes nos vamos a mover un poco el esqueleto?
—Creo
que es buena idea. Estoy harta de tanta tranquilidad bucólica; el
único sonido que escucho es el las horrorosas urracas en el balcón,
lástima del tirachinas que tuviera, no iba a dejar ni una. ¿Dónde
quieres que vayamos a bailar?
—Podríamos
ir donde estuvimos la última vez. Con un poco de suerte, quizás
veas al Chaquetas.
—No
es mala idea, aunque hace tanto tiempo que no creo que se acuerde de
mí.
— ¿Te
imaginas que estuviera?
— ¡umm!
No quiero ni pensarlo.
— ¿A
qué hora quedamos?
—Pues a eso de las nueve; picamos algo de cena para hacer
tiempo y sobre las once y media nos vamos, así no seremos las
primeras.
Esta
vez calculamos bien los tiempos.
—Buenas
noches, ¿qué van a tomar las señoritas?
—Hola,
buenas, dos Gin tonic, por favor.
No
habíamos dado ni dos sorbos cuando sonó 19
días y 500 noches.
¡A bailar!
Las
manos al aire, me doy media vuelta y me topo con el Chaquetas. Clara
me guiña un ojo, yo le correspondo con una sonrisa. El Chaquetas me
toma por la cintura y acerca sus labios a mi oído...
—Hace
tiempo que no te veo, Lucía. Hoy estás preciosa
—Sí,
hace mucho tiempo...
—Soy
Fernando, ¿te acuerdas de mí?
Mi
sinceridad me vuelve a traicionar
—Claro
que me cuerdo de ti, llevas la misma chaqueta, pero no recordaba tu
nombre, ja, ja.
—Me
gusta cómo eres.
—Gracias
Fer... Fernando.
—Veo
que hoy también vienes con tu amiga.
—Sí, ya te dije que nunca salgo sola a bailar.
En
un movimiento arrimó mi cuerpo al suyo, me beso en el cuello y la
progesterona hizo el resto.
—Ven
conmigo esta noche, Lucía.
—Eh...
yo... yo... bueno... Espera un segundo que hablo con mi amiga.
—Clara,
vamos al aseo, quiero contarte algo.
—¡Cuenta,
Lucía, cuenta!
—He
decidido irme esta noche con el Chaquetas. ¿Cómo lo ves?
—¿Que
cómo lo veo?
—Sí,
dime.
—Lo
veo genial, ve con él. Tienes las llaves de mi casa; yo
seguiré bailando otro rato.
—Clara,
no voy a ir a tu casa. El chaquetas me ha invitado a la suya, me dijo
que luego me acerca donde yo quiera.
—Pues
ya estás tardando. Disfruta y cuando llegues me cuentas. No apagues
el móvil.
—No
lo haré, tranquila.
Era
evidente que el Chaquetas frecuentaba a menudo el local. Al salir,
solo tuvo que mirar al guarda coches y este le acerco las llaves en un abrir y cerrar de ojos.
Me
abrió la puerta. No recuerdo la marca, pero sus asientos eran
maravillosamente confortables. Las luces del Paseo de la Castellana
corrían veloces a través del cristal.
Primer
semáforo en rojo, achuchón al canto. ¡Gran pitada del coche de
atrás!
—Fer...
Fernando... ¡Arranca que está en verde!
Siguiente
semáforo en rojo... ¡Ni achuchón, ni leches! Mis manos se
dispararon como posesas a su tubo de escape.
El
imbécil de atrás vuelve a tocar el claxon.
Terminamos
metiendo la cuarta, la quinta, la sexta sobre sabanas de seda...
hasta las seis de la mañana, que fue cuando me llevó a casa de
Clara.
—Gracias
por traerme.
—¡Lucía!
—me gritó cuando cerraba la puerta del coche. —Me gustaría
tener tú teléfono, así podremos quedar en otra ocasión.
—Sí,
claro, toma nota.
¡El
Chaquetas me había pedido el teléfono! La adrenalina me dificultaba
encontrar las llaves del portal de Clara. ¡Dónde se habían metido las dichosas llaves!
Por
fin, di con ellas en unos de los infinitos recovecos de mi bolso.
Cuando
abrí la puerta, vi que había luz en la habitación de Clara.
—¿Clara
estas despierta?
—...
—¿Estás
bien, Clara...?
—Sí...
solo tengo el estómago revuelto.
—¿A
qué hora llegaste a casa?
—Hace
media hora más o menos.
—¡Pero
si la discoteca la cierran a las tres de la madrugada! ¿Dónde has
estado hasta ahora?
—¿Te
acuerdas de aquel que se me arrimaba mientras bailaba?
—¿Cuál!,
¿el soso aquel que parecía un sopitas?
—¡Sí!
—¡Pero
si era un sin sangre!
—Pues
me invitó a una copa cuando tú te marchaste con el Chaquetas... y
nos empezamos a besar... y esa cosas del querer, ya sabes.
—¿Y
qué paso después?
—Pasó
que me trajo a casa y de camino en el coche me suelta otro beso. De
repente me empecé a encontrar mal y casi le vomito encima. Tuve que
bajar la ventanilla y sacar la cabeza. Le he dejado el cristal hecho
una mierda.
—¡Ja,
ja, ja!
—No
te rías, boba... que estoy muy malita.
—¡Cómo
no me voy a reír, Clara! Solo de imaginarme la escena me muero.
—¿Y
tú?, ¿qué tal con el Chaquetas?
—¡Uf!,
¡cayeron cuatro preservativos!
—¡ Qué bestia eres! Luego dices que no te duran los hombres. Si es que
los revientas a la primera.
—Sí...
yo no necesito Primperan, ¡aggg!
—¡Te
odio!
—Yo
también. Venga vamos a dormir un rato.
Emilia Díaz Banda.
Emilia Díaz Banda.