Translate

miércoles, 5 de abril de 2017

Yo, soy viento
Relatos

fotografía Pilar Escamilla  Fresco( Pi Fresco) 

Cuadros de una exposición


Cada vez son más frecuentes nuestros encuentros. Clara dice que me estoy enamorando. Sin embargo, yo sigo pensando lo mismo (el amor duele y yo no quiero sufrir). El día en que Camilo me llevó a su casa sentí celos por primera vez.
La casa era antigua de largos pasillos y ventanales alargados.
¡Oh!, cómo recuerdo aquel salón con su balcón mirando al Parque del Retiro, aquellas paredes con sus fotografías de conciertos en blanco y negro. Y su piano, el piano que él acariciaba con sus delicados dedos, el piano que sentía su piel cada noche, cada mañana, el piano que él amaba.
Lucía, ven.
Me llevó hacia un rincón del salón, donde había un sillón.
Siéntate y disfruta de la pieza. Voy a tocar —me dijo a la vez que me ofrecía una copa de vino. Se dirigió hacia el piano, acomodó su trasero al asiento y se giró hacia mí con una sonrisa.
Relájate y escucha.


Sus manos comenzaron a acariciar las teclas de su piano, a la par que mis sentidos se embriagaban de aquella melodía. ¡Dios mío!, ¡estaba celosa de su piano!
No podía apartar mi mirada de sus manos. Al cabo de unos minutos el silencio se apoderó de aquel salón, con una sutilidad que me estremeció el alma.
¿Qué te ha parecido la pieza que he tocado, Lucía?
Es realmente maravillosa, Camilo; es... ¡es tan hermosa!
Me alegro de que te haya gustado; la compuse para ti. Aún tengo otra sorpresa.
No salía de mi asombro. Había compuesto una pieza en su maravilloso piano, solo para mí.
No creo que ya me puedas sorprender más, Camilo. Esto es lo más lindo que me han regalado nunca.
De repente, sonó de nuevo la música; una música muy distinta a la que había tocado. Se acercó, me tomó por la cintura y comenzó a besarme.
¡Oh, Lucía, cómo te deseo...!
Camilo me daba lo que no me habían dado otros hombres. Con él sentía la dulzura de sus manos, la belleza de su mirada , la pasión que desataba en mí cuando mordía mi boca, la forma en que traspasaba mis sentidos al fundir nuestros cuerpos en el más exquisito de los placeres, el sexo, su risa al despertar abrazado a mi cuerpo.
Sentía algo especial por él. No sabía si era amor, deseo o cariño. Cada uno teníamos nuestra propia vida y quedábamos como amigos siempre que nos despedíamos. Nunca lo hacíamos con un «hasta prontoб cariño» tan solo nos dábamos un abrazo y un «cuídate, hablamos». Pronto me di cuenta de que no era la única que no pronunciaba un «te quiero». Cuando él me miraba y abría cada poro de mi piel, lo hacía con un «te deseo, Lucía».
Era evidente que los dos estábamos al mismo nivel. Nunca preguntábamos lo que nos podía dañar los oídos; teníamos nuestro propio espacio. Pero yo quise saber el significado de aquella fuerza con que me abrazaba, cuando estaba dormida. Yo quería saber.
Había algo que me hacía disfrutar mucho más que Camilo. Tumbarme en la oscuridad de la noche y mirar al cielo, saborear mi cigarro y cada sorbo de mi copa, con la única compañía de las estrellas. Esperar que el cielo me regalase, como cada tarde, sus ocasos, mirar las formas caprichosas de las nubes, su color...
Una noche, después de una frenética sesión de lujuria y desenfreno, salimos desnudos al balcón, a saborear el silencio que nos regalaba la luna.
Camilo, me gustaría preguntarte algo. ¿Qué tipo de mujer ves en mí?
Lucía, veo a una mujer fuerte, valiente que no tira la toalla fácilmente. Eres muy entusiasta, pero...
Pero, ¿qué?
Que hay veces que das miedo. Sí Lucía, eres una mujer que te atreves con todo, te lanzas al vacío; eres como el viento, dulce, salvaje impredecible.
Aquellas palabras me recordaron a Clara, cuando me dijo que espantaba a los hombres. Pero, ¿por qué los espantaba?, ¿por qué les daba miedo? Tan solo me mostraba como realmente era yo, una mujer libre, incapaz de amar; una mujer que había despertado de un letargo de treinta años, que había conseguido decir «no» a lo que no me gustaba, que había conseguido despertar mis placeres más ocultos en los brazos de un hombre sin temor a prejuicios o a ser juzgada, que podía querer sin pronunciar un «te quiero»; una Lucía que controlaba el dolor del amor a raya.
Sé que esto que te voy a decir quizás te duela. Camilo, yo estoy muy a gusto contigo, pero no te amo; tan solo siento un inmenso cariño hacia ti.
Ay, Lucía. No me haces daño; yo siento lo mismo hacia ti. Me encanta cómo eres, tu pasión cuando tenemos sexo, pero quiero que sepas que en mi proyección de futuro no estás tú. Yo quiero formar una familia de nuevo y me gustaría tener un hijo. Te quiero y te aprecio mucho; eres una amiga maravillosa, pero tampoco estoy enamorado de ti.
Aquellas palabras calaron en mí. Reconozco que no me gustaron demasiado, pero si yo era tan sincera y le había dicho que no le amaba ¿Por qué me había escocido el alma escuchar lo mismo? Encendí otro cigarrillo. Se hizo un silencio extraño entre los dos. Le miré a los ojos y entendí que aquella relación duraría hasta que el viento cambiase de rumbo.


Emi y sus colores




No hay comentarios:

Publicar un comentario