Yo, soy viento
Relatos
fotografía Pilar Escamilla Fresco( Pi Fresco)
Cuadros
de una exposición
Cada
vez son más frecuentes nuestros encuentros. Clara dice que me estoy
enamorando. Sin embargo, yo sigo pensando lo mismo (el amor duele y
yo no quiero sufrir). El día en que Camilo me llevó a su casa sentí
celos por primera vez.
La
casa era antigua de largos pasillos y ventanales alargados.
¡Oh!,
cómo recuerdo aquel salón con su balcón mirando al Parque del
Retiro, aquellas paredes con sus fotografías de conciertos en blanco
y negro. Y su piano, el piano que él acariciaba con sus delicados
dedos, el piano que sentía su piel cada noche, cada mañana, el
piano que él amaba.
—Lucía,
ven.
Me
llevó hacia un rincón del salón, donde había un sillón.
—Siéntate
y disfruta de la pieza. Voy a tocar —me dijo a la vez que me
ofrecía una copa de vino. Se dirigió hacia el piano, acomodó su
trasero al asiento y se giró hacia mí con una sonrisa.
—Relájate
y escucha.
Sus
manos comenzaron a acariciar las teclas de su piano, a la par que mis sentidos se
embriagaban de aquella melodía. ¡Dios mío!, ¡estaba celosa de su
piano!
No
podía apartar mi mirada de sus manos. Al cabo de unos minutos el
silencio se apoderó de aquel salón, con una sutilidad que me
estremeció el alma.
—¿Qué
te ha parecido la pieza que he tocado, Lucía?
—Es
realmente maravillosa, Camilo; es... ¡es tan hermosa!
—Me
alegro de que te haya gustado; la compuse para ti. Aún tengo otra
sorpresa.
No
salía de mi asombro. Había compuesto una pieza en su maravilloso
piano, solo para mí.
—No
creo que ya me puedas sorprender más, Camilo. Esto es lo más lindo
que me han regalado nunca.
De
repente, sonó de nuevo la música; una música muy distinta a la que
había tocado. Se acercó, me tomó por la cintura y comenzó a
besarme.
—¡Oh,
Lucía, cómo te deseo...!
Camilo
me daba lo que no me habían dado otros hombres. Con él sentía la
dulzura de sus manos, la belleza de su mirada , la pasión que
desataba en mí cuando mordía mi boca, la forma en que traspasaba
mis sentidos al fundir nuestros cuerpos en el más exquisito de los
placeres, el sexo, su risa al despertar abrazado a mi cuerpo.
Sentía
algo especial por él. No sabía si era amor, deseo o cariño. Cada
uno teníamos nuestra propia vida y quedábamos como amigos siempre
que nos despedíamos. Nunca lo hacíamos con un «hasta prontoб
cariño» tan solo nos dábamos un abrazo y un «cuídate, hablamos».
Pronto me di cuenta de que no era la única que no pronunciaba un «te
quiero». Cuando él me miraba y abría cada poro de mi piel, lo
hacía con un «te deseo, Lucía».
Era
evidente que los dos estábamos al mismo nivel. Nunca preguntábamos
lo que nos podía dañar los oídos; teníamos nuestro propio
espacio. Pero yo quise saber el significado de aquella fuerza con que
me abrazaba, cuando estaba dormida. Yo quería saber.
Había
algo que me hacía disfrutar mucho más que Camilo. Tumbarme en la
oscuridad de la noche y mirar al cielo, saborear mi cigarro y cada
sorbo de mi copa, con la única compañía de las estrellas. Esperar
que el cielo me regalase, como cada tarde, sus ocasos, mirar las
formas caprichosas de las nubes, su color...
Una
noche, después de una frenética sesión de lujuria y desenfreno,
salimos desnudos al balcón, a saborear el silencio que nos regalaba
la luna.
—Camilo,
me gustaría preguntarte algo. ¿Qué tipo de mujer ves en mí?
—Lucía,
veo a una mujer fuerte, valiente que no tira la toalla fácilmente.
Eres muy entusiasta, pero...
—Pero,
¿qué?
—Que
hay veces que das miedo. Sí Lucía, eres una mujer que te atreves
con todo, te lanzas al vacío; eres como el viento, dulce, salvaje
impredecible.
Aquellas
palabras me recordaron a Clara, cuando me dijo que espantaba a los
hombres. Pero, ¿por qué los espantaba?, ¿por qué les daba miedo?
Tan solo me mostraba como realmente era yo, una mujer libre, incapaz
de amar; una mujer que había despertado de un letargo de treinta
años, que había conseguido decir «no» a lo que no me gustaba, que
había conseguido despertar mis placeres más ocultos en los brazos
de un hombre sin temor a prejuicios o a ser juzgada, que podía
querer sin pronunciar un «te quiero»; una Lucía que controlaba el
dolor del amor a raya.
—Sé
que esto que te voy a decir quizás te duela. Camilo, yo estoy muy a
gusto contigo, pero no te amo; tan solo siento un inmenso cariño
hacia ti.
—Ay,
Lucía. No me haces daño; yo siento lo mismo hacia ti. Me encanta
cómo eres, tu pasión cuando tenemos sexo, pero quiero que sepas que
en mi proyección de futuro no estás tú. Yo quiero formar una
familia de nuevo y me gustaría tener un hijo. Te quiero y te aprecio
mucho; eres una amiga maravillosa, pero tampoco estoy enamorado de
ti.
Aquellas
palabras calaron en mí. Reconozco que no me gustaron demasiado, pero
si yo era tan sincera y le había dicho que no le amaba ¿Por qué me
había escocido el alma escuchar lo mismo? Encendí otro cigarrillo.
Se hizo un silencio extraño entre los dos. Le miré a los ojos y
entendí que aquella relación duraría hasta que el viento cambiase
de rumbo.
Emi y sus colores
No hay comentarios:
Publicar un comentario